Solo un niño
Henry llegó a pedir trabajo a mi casa hace algunos días. Tiene 12 años, la misma edad que mi hijo y la misma que Ángel, aquel otro niño que tiraron al barranco por no querer matar a un piloto de bus.
Henry estudiaba primero básico en su comunidad en Alta Verapaz pero tuvo que dejar la escuela cuando su padre murió de apendicitis, una enfermedad que no debería ser mortal en este siglo. Ahora él debe trabajar para apoyar a sus hermanitos que son más chiquitos que él. Henry y su mamá dejaron la aldea donde vivían porque no encuentran ahí cómo ganar dinero, emigraron a casa de una tía que vive cerca de la capital.
No sé cómo ayudar a Henry. No puedo darle trabajo a un niño de 12 años que debería estar estudiando. No conozco ni una sola institución del Estado o privada que pueda apoyarlo.
No puedo revivir a su padre. No puedo enseñarle castellano a la madre para que Henry no tenga que acompañarla a todas partes para traducirle todo al Q’eqchi’. No puedo aceptar a los dos (madre e hijo) por el sueldo de uno como me ofrecieron. No quiero encontrarle trabajo a Henry porque siento que su derecho es estudiar, aunque él “tenga” que ayudar a su familia.
Tampoco puedo sacarlo de mi vista, olvidarlo y hacer cómo que nunca lo hubiera conocido.
Mi hijo invita a Henry a jugar una chamusca de fútbol, sus ojos brillan y ve a su madre buscando aprobación. Ella sonríe y con un gesto le dice que juegue. Henry lo piensa, se entristece y rechaza la invitación.
Lo veo tratando de olvidar que es niño, lo veo preocupado.
No sé cómo ayudarlo y lo único que se me ocurrió fue contarles su historia.
Fotos de El Mundo y Blog Otra Educación.
Autor: Lucía Escobar
Fuente: Las Otras Luchas