Lupe y Concha
Se conocieron en el Hospital General el día que ambas parieron a su primogénito no deseado, cuando aún ninguna de las dos había cumplido 13 años. Guadalupe todavía no entiende bien lo que le sucedió. Antes de que empezaran los cambios en su cuerpo, ya tenía encima a su tío tapándole la boca y tocándola. La abuela dice es su culpa por haber nacido mujer, por provocar a los hombres. Lupe no sabe qué es provocar, a ella solo le han enseñado a servir, a quitarse la comida de la boca para que se alimenten los varones de la casa, a lavar la ropa de los primos, los trastos de los hermanos, a complacer a su padre y a su abuelo, a no cuestionar. Por eso, cuando en las noches recibía la ansiedad dolorosa de su tío, no dijo nada porque sabía que de nada servía quejarse. Nadie hizo nada cuando empezó a engordar, nadie preguntó, nadie le explicó que crecía un niño en su interior. La historia de Concepción es un poco diferente; guapa desde pequeña, siempre fue el blanco perfecto de la lujuria ajena. Su padrastro fue el primero que se fijó en eso y le hacía dar vueltas frente a sus amigos de copas para que vieran cómo iba creciendo de bonita. Fue él quien le compró maquillaje y tangas desde pequeña. Fue él quien sintiéndose el gran Padre, abuso de ella, y la preñó poco después de su primera regla. Ahora Lupe y Concha comparten cuarto de hospital y el mismo destino. Ninguna sabe que es eso de la Inmaculada Concepción. Ambas son madres y vírgenes, pero ninguna espera al hijo de Dios.
Autor: Lucía Escobar
Fuente: Las Otra Luchas