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De quejas y fe


Hay tantos temas importantes para el país y el mundo entero que no me alcanzaría la vida para opinar de todos ¡y qué aburrido sería! Podría escribir sobre la importancia que tiene la Orquesta Sinfónica en un país como el nuestro, o lo que me indigna que un bus escolar se voltee por tener los frenos descompuestos y medio centenar de niños terminen en un hospital con lesiones, quizá, para toda la vida. Debería también escribir del invierno que se nos viene encima y de los deslaves e inundaciones que seguramente ocurrirán ahí donde ya sabemos que sucederán. También tengo pendiente protestar contra la entrega de fertilizantes químicos en Atitlán y contra la politización que una vez más hacen los gobernantes de los programas sociales. Debería denunciar los ocho días que llevan en Mazatenango sin agua o porque en Chichicastengo llevan seis meses con los teléfonos fijos descompuestos. O por lo mierda que deberían sentirse Carlos Slim y otros multimillonarios con tanto pisto acumulado que podrían utilizar para solucionar los problemas y pesares de media humanidad y cambiar así el rumbo de la historia. Pero esta columna es tan pequeña, mis quejas son tantas y la vida es tan corta, que lo único que de verdad tengo ganas de escribir hoy, es de mis papás; de lo privilegiada que me siento de tener un padre y una madre tan íntegros, amorosos y especiales. Y unas hermanas (ángeles guardianes o antenas de conexión con dioses) capaces de hacer milagros que la ciencia apenas se atreve a esbozar. Con una familia así (más los amigos), mi fe en la humanidad se renueva cada día aunque me lea todos los periódicos.

Fuente: Las Otra Luchas
Autora: Lucía Escobar

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