Guatemala

Amnesia

amnesia
Había una vez un país sin memoria. Tal vez era así desde el principio o la amnesia fue aprendida por necesidad. Nadie sabe. Nadie se acuerda.

De vez en cuando ocurría algún suceso que se salía de lo común y era comentado por días. Se le daba vueltas al revés y al derecho como calcetín, pero llegaba un momento en que ya se había dicho todo lo que se podía decir y el calcetín era olvidado en un rincón.

Era bonito vivir allí. A veces había que aguantarse la vergüenza por unos días cuando se cometía una falta, porque TODO EL MUNDO iba a hablar solo de eso. Pero lo bueno era que al pasar de los días alguien más metía la pata y TODO EL MUNDO se olvidaba. A lo mejor ese país sufría de déficit de atención colectiva.

El problema era que los pícaros sabían esto muy bien. Lo aprendieron de niños y pronto se dieron cuenta que no importaba el calibre de la falta; rápidamente era olvidada. Eso los hizo cada vez más temerarios y los animó ya no a la travesura, sino al crimen.

Cada vez eran más los pícaros que se percataban de esta amnesia general y la usaban con descaro para hacer de las suyas.

Las buenas gentes del país sin memoria no se explicaban cómo de repente había tanto crimen. “Deben ser los padres”, decían. “Ya no hay valores en esta sociedad.”

Las cosas fueron empeorando. Los pícaros ya no se conformaban con robarse el carro del vecino, o secuestrar de mentiritas al amigo. Eran todos unos criminales de cuello blanco. Financiaban presidentes y congresistas a cambio de jugosas leyes que solo los favorecían a ellos o mandaban a “quebrarse” al que les hiciera estorbo, siempre sin ensuciarse las propias manos. Los amnésicos no se acordaban que estos bandidos habían sido los bullies del patio de recreo. Ahora eran poderosos terratenientes y exitosos empresarios. La transformación era total. Sin la menor ironía, los desmemoriados celebraban sus hazañas y buscaban sus favores.

Algunos trataban de cambiar las cosas, pero estos “inversionistas” eran listísimos. Mantenían hipnotizados a los amnésicos con espejitos variados: “si protestas mis acciones, estás contra el progreso”, “si no tienes la solución, no tienes derecho a opinar.” O les lanzaban el insulto más paralizante de todos: “¡Comunista!” Funcionaba a las mil maravillas.

Pero lo más fácil siempre era ofrecerles una probadita de las mieles del poder y los lujos. Como por arte de magia quedaban en el olvido los principios y las buenas intenciones, porque en el fondo los admiraban y aspiraban a ser como ellos. Eso sí, los favores recibidos serían recordados. Por las buenas o por las malas.

Claro que los amnésicos podían no tener memoria, pero no eran ciegos. Podían ver claramente cómo la violencia crecía y crecía. Los bandidos vivían con grandes lujos, pero también con miedo. Bueno, todo el mundo tenía miedo. Por eso, los que podían pagaban seguridad personal, sin acordarse de las veces en que estos mismos guardianes habían usado la confianza y la proximidad para hacerles daño. Cada quien se engañaba como podía. ¿Y los que no podían pagar? solo se persignaban o hacían cadenas de oración.

La situación se fue poniendo cada vez más desesperada. Los criminales estaban a todo nivel, pero los que la gente creía eran el peor problema eran los criminales callejeros. “Necesitamos un héroe” decían, “un ángel justiciero”. Y sí, de cuando en cuando aparecía uno muy valiente, a imponer el orden por la fuerza. Y se “quebraba” un par de estos desgraciados. La celebración era general.
Lo que los pobres desmemoriados no sabían, porque no se acordaban, es que todo esto ya había pasado mil veces y la situación nunca había mejorado realmente, solo se hacía cada vez peor. La violencia siempre generaba más violencia.

Pero como eran desmemoriados, también eran impacientes. Querían soluciones inmediatas. Nadie tenía tiempo para la ley. Eso siempre requeriría mucho esfuerzo y sacrificio. Y memoria. “¿En qué se beneficia este país con estarse recordando del pasado?” decían.

Y así fue cómo en el país sin memoria, la pobre gente se condenó a sí misma, no a andar en círculos, sino a dar vueltas en espiral dentro de una vorágine cada vez más profunda, de la que no había ni habrá jamás salida.

Algunos pícaros simplemente se fueron, unos a buscar otro país sin memoria, otros a vivir respetablemente a donde nadie conociera su pasado. Pero los más pícaros se quedaron allí, sembrando la desmemoria y cosechando de la violencia.

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