Catalejo

40 años en la Chapina, con Xela en el corazón

Parque de Xela
Hoy 28 de febrero de 2014 estoy cumpliendo 40 años de haber venido a vivir a Guatemala, ya está siendo muy lejano ese jueves 28 de febrero de 1974 cuando salimos de Quetzaltenango para no volver y cambió todo lo que hasta ese momento era mi vida, nuestra vida con mi familia.

La razón para venirnos era muy valedera, vivíamos allá mi mamá y mis hermanos y mi papá por razones del destino se había tenido que venir a trabajar a Guatemala, es decir la familia estaba fraccionada y en ese año mi mamá consiguió trasladarse a trabajar a Guatemala y lógicamente la familia iba a estar unida y mi papá ya no tendría que movilizarse todos los fines de semana para irnos a ver, además mi mamá es de aquí y su familia estaba aquí, ella no tenía ningún familiar en Quetzaltenango, de hecho no teníamos ninguno porque toda la familia de mi papá también se había mudado muchísimos años antes para acá. Sin embargo, si la opinión de un niño de 8 años hubiera sido válida, la mía hubiera sido un rotundo no, yo no quería venir a vivir a Guatemala, porque toda mi vida era Xela, ahí estaba mi casa, mi colegio, mis amigos, todo lo que yo hasta ese día consideraba mío, estaba allí. Sin embargo como la decisión no fue democrática mi mamá simplemente nos reunió a mis hermanos y a mí y nos informó indicándonos las razones y no tocó otra que hacer maletas, despedirse y emigrar.

Todo era triste, porque no es dejar una cosa, ni dos, ni tres, es dejarlo todo y una muy triste era mi colegio, yo estudiaba en el glorioso Liceo Guatemala y recién acababa de empezar cuarto primaria pero estaba ahí desde primero, no existían las secciones así que mis compañeros fueron los mismos todos los años, incluso varios habían estudiado conmigo en parvulitos en el Teresa Martín y me recuerdo que mi mamá compró tres pelotas de futbol para regalar una en cada grado que estábamos mis dos hermanos mayores y yo, que ella llevó el último día que fuimos y luego me tocó despedirme, recuerdo que no lloré pero en mi cabeza no podía creer que ya no iba a volver.

Por fin llegó el aciago momento, porque no hay duda que en este mundo todos los plazos se cumplen y como fue entre semana mi papá no nos fue a traer en el carro si no que nos tuvimos que venir en bus, en las famosas Galgos, salimos a las ocho de la mañana, mi mamá estaba de luto riguroso porque mi abuelito había muerto el año anterior y ella fue estricta en guardar luto un año como se acostumbraba en aquellas épocas y cuando el bus arrancó dimos esa vuelta que para nosotros era la última coronando el parque a Centroamérica y empezamos a llorar tanto ella como mis hermanos y yo y así fue todo el camino. El bus paró en algún lugar, no recuerdo si fue en Katok y allí unas monjitas que venían en el bus se acercaron a mi mamá para darle palabras de consuelo, porque habían deducido que el que había muerto era su esposo, mi papá, dado el llanto constante de nosotros en el camino, pero no, no era algo tan trágico, sólo se había muerto la que era nuestra vida y en ese momento le estábamos diciendo adiós.

Cuando llegamos a Guatemala, no recuerdo exactamente el itinerario pero me recuerdo que de la de casa de los tíos de mi papá dónde él vivía en la 2ª. Calle de la zona 1 nos fuimos de una vez, el mismo día en la tarde a nuestro nuevo Colegio, el Don Bosco, también glorioso para mí después. Mi mamá muy previsora nos había inscrito a finales de octubre o principios de noviembre en este colegio, que lo que tenía en común con el Liceo es que es de los padres salesianos y por eso ella lo había escogido porque estaba encantada con la educación que nos daban allá, que por cierto mi opinión es que fue magnífica en ambos, y esto lo hizo porque no era seguro al cien por ciento su traslado para Guate y de darse no se sabía la fecha exacta. La decisión de mi papá de llevarnos el mismo día que venimos al Colegio me parece que fue correcta, ya que al mal paso hay que darle prisa, pero aparte de correcta fue horrible, pero ni modo, esto tampoco estuvo sujeto a votación. En ese tiempo la jornada era doble por eso fue que nos llevaron, cuando entramos había recreo de secundaria y el patio del colegio me parecía inmenso, el gimnasio impresionante, la iglesia descomunal y eso que el Liceo no era pequeño pero este era mucho más grande, ya había estado allí cuando nos inscribieron pero ahora me había impresionado más. Nos dirigimos a la Consejería de Primaria, dónde estaba el Director de Primaria, el Padre Jinesta, Luis Alberto Jinesta, tico, muy amable nos recibió, nos dio la bienvenida y nos indicó cuales eran nuestros grados, a mi hermano Carlos le tocó Sexto B con el Profesor Humberto Zamora, a mi hermano Fernando Quinto C con el Profesor Sett y a mí Cuarto A con el Profesor Pablo Sierra y me dijo el padre que yo tenía que darme prisa para los recreos porque mi clase estaba en el tercer piso del edificio de primaria, era la única sección de primaria que estaba en ese nivel, porque además allí estaban los laboratorios de Química de secundaria, el salón de estudio de secundaria y la biblioteca, mi clase quedaba al fondo del lado derecho, por ser en ese piso a mí me fueron a dejar de último, tocamos, mis papás hablaron con el profesor, él me dio la bienvenida, me presentó con mis compañeros y me indico cual era mi lugar, me recuerdo que me tocó en la cuarta fila el cuarto lugar, todo el mundo se me quedaba viendo y algunos me daban la bienvenida y decían: “ya vino el Pinillos invisible” porque cuando el profesor pasaba lista estaba mi nombre pero yo no estaba, así que de sopetón ya estaba instalado en mi nuevo colegio, iniciando nuestra nueva vida.

Al día siguiente en la tarde en el colegio, que fue viernes, el profesor Sierra decidió que en honor mío para el último período no íbamos a recibir clases sino que íbamos ir al patio a jugar una chamusca, mis nuevos compañeros estaban felices y me agradecían que hubiera llegado, evidentemente el profesor Sierra no sabía que yo era malísimo para jugar futbol, pero jugué, de seguro no toqué ni bola, pero siempre he recordado y agradecido ese gesto porque me hizo sentir muy bien, me hizo sentir bienvenido, yo estaba tristísimo pero él logro hacerme sentir bien, fue la primera cosa bonita que me pasó en Guatemala. La verdad es que el profesor Sierra, fue la persona que más me ayudo a llevar y superar el gran pesar de haberme venido de Quetzaltenango, el logró que me adaptara rápido, que me gustara rápido, siempre fue deferente, no lo he vuelto a ver desde el año 77 que él dejó de trabajar en el colegio y yo ya estaba en primero básico, pero he vivido eternamente agradecido por lo especial que fue y no pierdo la esperanza de volverlo a ver y podérselo decir personalmente, pero vaya desde aquí mi agradecimiento total a mi queridísimo Profesor Pablo Sierra Fernández, que fue justo lo que yo necesitaba, mejor imposible.

La verdad es que la chapina (como siempre le ha dicho mi papá a la Capital) no me era ajena, nosotros todos los años veníamos a Guatemala a pasar las vacaciones, noviembre y diciembre siempre lo pasamos aquí porque como mi mamá estaba de vacaciones porque era maestra y veníamos a dar a la casa de mi abuelita materna que vivía con su hermana y ambas se desvivían por nosotros y nos consentían y a nosotros nos encantaba, de hecho yo nunca había pasado una Navidad en Xela que recordara, las navidades eran aquí en Guatemala y me encantaban, pero sabiendo que luego regresaríamos a nuestra vida en Xela, el lugar a dónde pertenecíamos, hasta que ese 28 de febrero del 74 eso se terminó.
Xela para mí era todo, allí aprendí a hablar, a caminar, a leer a escribir, ahí me bautizaron, hice mi primera comunión, allí vivían mis amigos y era las vida más apacible, tranquila y bonita que recuerdo, nos acostábamos a las nueve de la noche, aún siendo niños tan pequeños caminábamos libremente por las calles de Quetzaltenango y no había ninguna pena, al principio mi mamá nos pagaba el bus cuando entramos al Liceo pero después ya no y nosotros íbamos y veníamos tranquilamente y mi mamá que siempre ha sido preocupada no se estaba tronando los dedos porque sus muchachitos de seis, siete y ocho años andaban sólos en la calle, para nada, uno era libre no como los niños de ahora y eso que el colegio quedaba relativamente lejos y yo extrañaba todo eso, extrañaba tanto todo que a mi corta edad escribí un poema “Xelita de mi corazón” que iba algo así “Xelita de mi corazón, yo te canto mi canción”, ahí lo tiene mi mamá guardado y siempre toda mi vida sigue estando allí Xelita, en mi corazón.

Lo único bonito de no vivir en Xela es tener la oportunidad de volver, porque cada regreso a Xela es un gozo, es una fiesta, volver a caminar sus calles, sus banquetas de piedra laja, sus calles angostas, torcidas y empinadas del centro, ver el parque Centroamérica, el Templete, la Catedral, la Casa de la Cultura, el Pasaje Enriquez, el Siete Orejas, el imponente Santa María , mi casa que tristemente ahora es un parqueo, pero que yo tengo grabada en mi memoria intacta, esa vieja casona del centro que yo recuerdo tanto, la calle del Calvario, la catorce, el Teatro Municipal, el Hospital y la Iglesia, el parque de mi abuelito dondé está su monumento y busto porque fue alcalde de Quetzaltenango, la Landivar, el Mario Camposeco, el Delco, el Liceo (que ahora es una Universidad), la Iglesia de San Nicolás, el Señor Sepultado de San Nicolás, el Benito Juarez, la Avenida Minerva, el Templo de Minerva, el antiguo campo de la Feria, todos esos lugares entrañables que evocan mis recuerdos de esa niñez maravillosa que viví allí y que me inyectan el ánimo y la fuerza para volver a Guatemala, ir a Quetzaltenango es como ir a recargarse de vida, de sueños, de ilusiones y de esperanza.

No puedo negar que quiero a la chapina y mucho, mentiría si dijera lo contrario y no podría ser de otra manera aquí he vivido y hecho mi vida después de Xela, al final el hogar es dónde está la familia y mi familia está aquí, pero yo a Xela la recuerdo siempre y mi familia me la recuerda también, incluso cuando me nombran, porque el que ha sido mi verdadero nombre es Chivo, yo en mi casa, para mi familia soy el Chivo y al escuchar que me nombran Xelita va implícita, así que podrán haber pasado ya 40 años desde que partimos y podrán seguir pasando muchos más, que hoy todavía al rememorarlo y escribir esto me rodaron nuevamente algunas lágrimas porque esa separación me desgarró el corazón, pero realmente ya no importa porque aunque yo ya no estoy, ni viva en Xela, Xelita siempre está y estará en mí.

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